ONESHOT ALTERNATIVO
Mi nombre es Akane
Tendo, tengo veintitrés años, trabajo en un centro comercial muy conocido en
Japón, unos grandes almacenes del tipo El Corte Inglés de España.
Todas las mañanas, debido al tráfico, me desplazo hasta mi lugar de trabajo,
en el centro de la ciudad, en tren, la forma más rápida de llegar, aunque no
siempre la más cómoda, para qué mentir.
Salgo de casa a las siete, y voy a la estación que está a tan solo diez
minutos de allí.
Durante la espera de la llegada del tren, aprovecho para ponerme al día
con las noticias que retransmiten en la radio, aunque a veces, cuando estoy
cansada del mundo entero, llevo mi mp3 y escucho canciones de Mikuni Shimokawa,
una cantante que me encanta.
Una mañana, al subir
al tren de las siete y veinte, me coloqué, como era costumbre, al lado de una
de las puertas de salida, de pie y aferrada a una de esas barras de metal que
están para todas aquellas personas que no tienen asiento.
El tren siempre está lleno, pocas veces he conseguido probar la
comodidad de sus butacas, de buena mañana, deberían
poner más…
Frente a mi, vi a un joven trajeado, seguramente, se trataría de un
uniforme. Podría estar trabajando en un centro comercial, o algo parecido a lo
mío, puesto que al llevar una graciosa mochila cargada a su espalda, no me
hacía pensar que pudiese trabajar en una empresa importante, sino llevaría un
porta-folios, o algo por el estilo, ¿no? La formalidad y, la presencia, es muy
importante, y con esa mochila aparenta ser un chaval vestido con ropas de
adulto. Seguramente tenía la misma edad que yo… no estaba segura.
No pude evitar fijarme en él durante todo el trayecto, más que nada,
porque estaba justo en frente de mí, pero debía admitir que llamaba mi
atención.
Llevaba unos auriculares en las orejas ¿qué estaría escuchando?
Una de las veces en las que mis ojos estaban clavados en él, el joven
dirigió su mirada hacia mí, yo me hice la loca, y desvié los ojos hacia otro
lado, como si no le hubiese estado mirando.
De reojo, pude observar cómo una sonrisa pícara, de medio lado, se
dibujaba en sus labios, algo que demostraba que era consciente de que yo estaba
fingiendo, ¡qué vergüenza!
Tras seis paradas tuve que bajarme, ya había llegado, y cuál fue mi
sorpresa al ver que él también se bajaba en la misma estación que yo, ¡lucky!
Aunque al salir de ella nos separamos cada uno hacia un camino.
Creó en mi gran curiosidad, ¿dónde iría?....
A la salida del
trabajo, a eso de las cinco y cuarto de la tarde, me dirigí de nuevo a la
estación de tren. Mi jornada había terminado, y estaba agotada, solo pensaba en
el baño con burbujas que iba a darme nada más llegar a casa.
Me metí en el tren que, afortunadamente, llegó casi a la vez que yo, y
pude tomar asiento.
Dios… tenía los pies derrotados, todo el día había estado de un sitio
para otro, aguantando a los compradores que a veces no hay quien los soporte…
pues eso de que “el cliente siempre tiene la razón” es mentira, es una forma de
decir “tienes que lamerle el culo o no cobras este mes”.
La cabeza me retumbaba, cómo se notaba que era época de rebajas…
En un vil intento por recrearme la vista, busqué, con la mirada, al
joven que había visto aquella mañana, ese morenazo con ojos claros, y cuerpo de
infarto, que había protagonizado mis fantasías mañaneras - Tampoco es que sea
una pervertida ni nada por el estilo, pero cuando no haces más que atender a
gente, que por regla general, no son muy agraciadas, no viene mal pensar en un
tío bueno… ¿no?- Desgraciadamente, el muchacho no estaba, ¿qué horario de trabajo
tendría?
A la mañana siguiente…
oooooootra vez con la rutina. Me desperté temprano, me di una ducha para
despejarme, desayuné, me sequé el pelo y me puse el uniforme del trabajo.
Odio tener que madrugar… me pone de mala leche.
Al llegar a la estación, a las siete y cuarto, me coloqué frente a las
vías, esperando que llegara el tren. De repente, divisé al joven del día
anterior, que se encontraba a mi derecha, algo más atrás que yo, con las manos
en los bolsillos y los cascos puestos. Por lo visto el traje sí se trataba de
un uniforme, o eso o es que era un tío poco higiénico, me reí con la segunda
posibilidad.
Mi problema es que a veces analizo demasiado a la gente, y al joven le
estaba pasando revisión completa, parecía un técnico pasando la ITV a un coche,
a veces me avergüenzo a mi misma, parezco un tío…
Sin darme cuenta, el tiempo estaba pasando, demasiado de prisa la
verdad, y, cuando fui consciente, me di cuenta de que me encontraba en la
estación de al lado de mi casa, que eran las ocho de la mañana, y no había
pasado ningún tren, o eso o es que estaba tan centrada en el análisis del chico
que no me había percatado de ello, cosa que sinceramente dudaba, tampoco era
para tanto…
Desconcertada, miré de nuevo la hora en mi reloj, para después observar
la hora en la propia estación. No había duda, eran las ocho y yo seguía en la
estación, al igual que el tío petón y la demás gente.
No podía llegar tarde, iban a matarme…
Desesperada, más que nada por el sermón que me esperaba nada más ver a
mi jefe, me acerqué al puesto de información. Un hombre bastante desagradable,
que llevaba en el mismo trabajo desde que yo tenía uso de razón, y que me
miraba de forma lasciva las piernas, me dijo que el tren venía con retraso…
¡que lumbreras! Eso lo sé hasta yo. ¿El motivo? Problemas técnicos… o al menos
eso dijo, aunque seguramente el conductor del tren se había ido la noche
anterior de fiesta y estaba con un resacón del quince… prefería pensar eso,
resulta más humano…
Me senté en un banco, que estaba realmente helado, por la temperatura,
que había descendido, y saqué el móvil de mi bolso, mientras observaba cómo el
chico se comía las uñas, parecía estar igual de estresado que yo.
Marqué el teléfono de mi sección y hablé con una compañera, menos mal
que lo cogió ella… le dije que el tren estaba averiado y que llegaría tarde.
Parecía que todo el mundo se había puesto de acuerdo, aquella mañana, para ir a
los grandes almacenes, se escuchaba mucho barullo al otro lado del teléfono.
Al colgar suspiré aliviada, al menos ya sabían el motivo por el que
llegaba tarde, y como en las noticias de este país, como en el de todas partes,
siempre hablan de los retrasos de los medios públicos y privados de transporte,
tenía una buena coartada.
De repente, mientras guardaba el móvil en el bolso, el joven se me
acercó: perdona, ¿sabes qué es lo que le pasa al tren?
- ¿a caso tengo pinta de técnico?
– dios mío… estaba de muy mala leche…- perdón…
me jode llegar tarde al trabajo… al parecer ha habido una avería.
- joder, me van a matar en el
curro – dijo agarrando los tirantes de
su mochila con fuerza- bueno, gracias.
Su voz era muy penetrante, tal y como me la había imaginado. Le miré de
arriba abajo, por primera vez, desde muy cerca, y me gustaba aún más. De
repente él se volteó hacia mí, se había dado cuenta de que le estaba
analizando, que vergüenza, no se le escapa ninguna a este chico…
Abrió su mochila y sacó un paquete de tabaco, por primera vez vi ese
mal vicio como algo seductor… ¡dios! ¡Necesito una relación ya!
Mi adolescencia estuvo marcada de varios desengaños amorosos, nunca
había conseguido durar mucho con un chico, y cuando lo conseguí, durante tres
años, acabó dejándome mi pareja porque decía que no me dedicaba plenamente a la
relación… ¡bah! tonterías… lo que pasaba es que él era un brasas… y me daba
dolor de cabeza…
Desde aquella ruptura, me dije a mi misma que “nada de hombres”, al
menos por un tiempo, pero era algo difícil de cumplir… de echo… llevaba dos
meses sin catar a uno y ya estaba que me tiraba de los pelos…
Finalmente, tras una hora y media de larga espera, llegó el tren, y
nada más detenerse en la estación, toda la gente que se había acumulado en ese
tiempo, se agolpó al interior, aquello parecía una lata de sardinas.
Me aferré a una de las barras, y entre la gente, vi cómo el chico se
dirigió hacia el sitio donde yo estaba, buscando un punto de apoyo, la barra
donde yo estaba sujeta. Colocó su varonil y gran mano a unos centímetros de la
mía, y su cuerpo estaba realmente cerca del mío, a mis espaldas, podía notar su
calor, aunque también notaba el calor de una anciana que estaba con su pecho
pegado a mi vientre, y el de toda la gente de mi alrededor… deberían hacer más
grandes estos chismes… mi espacio vital se ve invadido…
No tuve más remedio que bajarme tres paradas antes de la de mi trabajo,
me estaba dando claustrofobia… no podía permanecer allí dentro ni un segundo
más. Anduve entre la gente para lograr llegar a la salida, que parecía estar
muy, muy lejos, cuando estaba a dos pasos de la barra donde yo me encontraba.
Al llegar fuera respiré aliviada… ¿la gente no se ducha por la mañana o
qué pasa? Olía a tigre…
No me importaba llegar más tarde… ¿qué más daba ya veinte minutos más o
veinte minutos menos? Para mi desgracia, aquél joven, había seguido su camino…
¡qué lastima! Aunque si se hubiese bajado… no habría pensado nada bueno de él
la verdad…
Durante los siguientes
días, me despertaba con muchas ganas de ir al trabajo, algo que no me había
pasado en la vida, la idea de ver al joven morenazo era mi motivación. Empecé a
preocuparme más por mi aspecto mañanero, y como no podía variar mi vestimenta,
debido a que llevaba un uniforme, decidí maquillarme todos los días.
La mañana de un lunes
me quedé dormida ¡maldita sea!, había tenido un fin de semana demasiado
movidito y el cansancio me había vencido por completo.
Salí corriendo de mi bloque de apartamentos y, ya en el portal, me
percaté de que estaba lloviendo a cantaros, pero no tenía tiempo ni para subir
a mí piso a coger un paraguas. Así que, pillé un panfleto de publicidad, me lo
puse en la cabeza, y salí corriendo hasta la estación. Me empapé entera, claro
está.
Al llegar al edificio, subí las escaleras hacia mi andén y me senté en
un banco, que, afortunadamente, estaba cubierto por un techo. ¡Estoy calada
hasta los huesos! Los pies, que estaban calzados con unos tacones, estaban
totalmente mojados, al igual que el resto de mi ropa y mi cabello.
Lamentablemente, no tenía nada para secarme la cara, que estaba llena de gotas.
De repente, al levantar la cabeza, vi una mano con un pañuelo. Miré a
la persona que me lo estaba ofreciendo y era él…
- te ha pillado la lluvia ¿eh? – me dijo con una sonrisa burlona.
- y tanto… - contesté mientras tomaba su pañuelo.
Me sequé la cara con la tela y después se lo devolví, pero él me dijo: quédatelo.
- bueno, te lo lavo y ya te lo
devolveré otro día, ¿vale?
- muy bien.
Se sentó a mi lado y, justo en el momento en el que iba a decirme algo,
llegó el tren. Nos pusimos en pie y nos metimos en la lata de sardinas. Durante
el viaje no hablamos más.
Al día siguiente, con
el pañuelo que me dejó el chico totalmente limpio y planchado, me fui a la
estación. Al llegar, no le vi y pensé que se habría quedado dormido o algo por
el estilo… Desgraciadamente, no volví a verlo nunca más.
El único recuerdo de su existencia fue aquél pañuelo que me dejó, ni
siquiera sabía su nombre, pero me marcó… me arrepiento de no haber aprovechado
todo ese tiempo, que casi llegó a ser dos meses.
Debí presentarme, invitarle a algo…
Así que… aprovecha el momento… es la única conclusión que puedo sacar
de todo esto…
FIN
gertrudis-fics@hotmail.com
¿Hay alguna alternativa para comunicarme con la autora? Ya intenté enviándole un correo a esta dirección, pero no sé si tiene una nueva...
ResponderEliminar¿Hay alguna alternativa para comunicarme con la autora? Ya intenté enviándole un correo a esta dirección, pero no sé si tiene una nueva...
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